lunes, 26 de octubre de 2009

Más de aquellos registros









Registro Fotográfico de "La Vida De Colores"






domingo, 25 de octubre de 2009

Lentes Parafernalia, Domingo 25 de octubre

Hoy no fuimos Oídores Gordos, no conocimos nombres y vidas nuevas, no compartimos de una café y galletas acompañados de bonitas historias de vida, pero de igual manera, logramos "sacar sonrisas".
La actividad que llevamos a cabo en este hemroso día domingo, venía preparándose desde hace un tiempo, puesto que era un trabajo bastante minucioso, con harta dedicación y cariño. Creamos los "lentes parafernálicos, colección 2009". Tenían diversos modelos y colores, cada uno de ellos era una especie única. Por fin terminamos los diseños y hoy, nos reunimos en el metro Salvador para culminar los detalles y agregar mensajes parfernálicos (el preferido de todos era "¿Has sonreído hoy?") y, tras esto, comenzamos nuestra repartición. La gran mayoría de las personas aceptaban la propuesta de "ver la vida en color". Antes de comenzar a dividirnos para regalar los lentes, vimos a un pequeño niño que iba con sus padres y decidimos acercarnos a él. Aceptó muy contento el regalo y hasta posó con su modelo "para niños", por lo pequeño que era. Luego cruzamos la calle saludando a los automovilistas, que al ver nuestra "rareza" parafernálica, enterraban sus cabeza frente al volante y ponían caras desfiguradas, mostrándonos cómo la sociedad se cierra a invitaciones sin ningún fin más que alegrar el día a día. A pesar de eso, nosotros no nos desanimamos y seguimos bajo un día soleado y caluroso, contagiando alegrías.
Fue así como un grupo de jóvenes coetáneos nuestros, nos saludaron animadamente y tras esa chispa, corrimos a obsequiarles los lentes. Cada uno escogía un modelo acorde a sus gustos y posaban para nuestras cámaras, tras haber corrido una maratón, que más tarde nos enteraríamos que era por una buena causa. Luego, nos dividimos y la primera víctima de nuestro grupo fue un abuelito. Aceptó encantado la propuesta y paradójicamente le "tocó" un mensaje que decía algo así como "que no avanzara con rapidez" y él nos sonrió. Tras una cordial despedida, interceptamos a un matrimonio medianamente maduro, que aceptó encantado nuestro regalo. Luego vimos a un grupo de niñas, por lo que no dudamos en compartir nuestros lentes con ellas. Después de recibirlos, miraban muy contentas sus nuevos lentes, posando con ellos y amplias sonrisas.
Por último, mi grupo interceptó a un señor que caminaba distraído fumando un cigarrillo, y fue uno de nostros quien le obsequió sus propias "gafas". Al terminar de recorrer la pileta de la Plaza del Aviador, en Providencia, nos reunimos con el otro grupo, al cual aun le quedaban lentes y avanzamos hacia el otro lado del parque. Cruzamos nuevamente la calle, y en el semáforo nos encontramos con una señora que venía de la feria, que rechazó nuestra invitación. Los rechazos nos dan más ganas de seguir, así que cruzamos la calle con una amplia sonrisa, realizando la misma dinámica de saludar a los autos, quienes nos devolvían frías miradas, miradas que venían del Santiago gris, no del Santiago que nosotros veíamos a través del colorido papel celofán.
Llegando al metro, en unas bancas. había un abuelito fumando, que tras recibir los lentes, botó apresuradamente su colilla y posó junto a "miembros" de nuestro equipo. Él pudo mirar media vida en colores, porque recibió un lente cuyo "vidrio" había fallado tras los innumerables paseos .
Luego de esto, nos acercamos a un matrimonio de adultos mayores, quienes no aceptaron nuestra invitación, pero eso no fue motivo de desánimo para nosotros. En el mural del metro Salvador, habían unos lentes que alguien había dejado, pero luego lo tomamos como una buena señal, ya que cabía la posibilidad de que alguien más los podría recoger para ver la vida en color.
Nos acercamos a una cuidadora del parque que andaba en bicicleta y al ver nuestro gesto, recibió sus lentes con una gran sonrisa, sonrisa plasmada en las innumerables fotos que tomamos. Tras esto, nos acercamos a otro pequeño, que jugaba con su padre y recibió de lo más contento su regalo, a pesar de que le quedaban grandes. Quedándonos pocos lentes, nos dirigimos a una carpa, donde habían dos personas descansando tras una maratón. Era un hombre y una mujer. Ellos fueron los más animados de la jornada, ya que tras el regalo, compartieron una grata conversa. Eran parte de otra acción parafernálica: trabajaban en una ONG que combatía el hambre en nuestra ciudad; hoy, al igual que nosotros, organizaron una "corrida en contra del hambre", donde la inscripción era un alimento. Conversamos de la vida y de la literatura, de nuestra iniciativa y compartimos un poco de nuestras vidas. El señor, tras irnos y desearles "que les fuera bien", dijo una frase que a mí me marcó. Era algo como esto: " A nosotros ya nos va bien con lo que hacemos, es a uds a quien les debe ir bien, porque jóvenes como uds son el futuro de Chile". Podrá sonar como compromiso político, pero es cierto: somos el futuro, por esa razón queremos contribuir con sonrisas.
"Lo simple es complejamente hermoso", mensaje que le tocó a un señor que esperaba la micro, que no creía que sus lentes eran un regalo.
Pronto, fotos e impresiones de esta actividad
María Fernanda Rozas

domingo, 11 de octubre de 2009

Oídos Gordos 11 de octubre

Nos juntaríamos a las 11 a.m. donde siempre, detrás de los pintores de la Plaza de Armas de Santiago. Con el cambio de hora y demás descordinaciones, estuvimos funcionando algo más tarde, de todos modos, el stand "oidor" se armó con café, té y galletas para todos aquellos que quisieran compartir algo de sus vidas con nosotros, una pequeña conversación e interacción con el resto.
La primera persona que se acercó fue una mujer con una historia bastante triste, hablaba con palabras fuertes y muy segura de lo que decía, según me contaban mis compañeros. Yo llegué justo cuando ella se alejaba y les gritaba de lejos: "con algo tan sencillo hicieron tanto". Me emocioné, sinceramente.
Esta vez la gente se demoró mucho en acercarse, las otras veces ni tanto, será que los domingos hay menos gente, qué se yo. Llegó un amigo que había estado con nosotros una vez antes y que había sido medio mala onda, ahora era todo lo contrario. Conversamos de cine, de iglesias, de Concepción y de tanto más. Luego se acercaron otros hombres, un músico pianista que portaba un violín: Cristián, nuestro ya viejo amigo de Oídos Gordos: John el colombiano, también llegó Fernando en dos ocasiones distintas pues andaba haciendo cosas y nos pasaba a ver.
Con cada uno compartimos de nuestras vidas. Es extraño y reconfortante darse cuenta que uno puede tener en común cosas con cualquier persona, ya sea que simplemente tengamos los mismos gustos para algunas cosas o que hayamos nacido en el mismo lugar, que hayamos visitado los mismos pueblos, etc.
Y las coincidencias no han sido solo esas, si hay algo que podemos decir de las tres o cuatro salidas de Oídos Gordos que hemos hecho es que: 1-. siempre se nos acercan más hombres que mujeres y 2-. casi todos son de Concepción, o nacieron o vivieron mucho tiempo ahí. Es gracioso pensar en eso.... pero se siente como si Conce nos dijera algo con tanto penquista conversador. Habrá que darle un par de vueltas.
Lo más interesante que ocurrió es que uno de nuestros conversadores era un vendor ambulante (que de hecho, venía llegando de Conce con su mercancía). Él traia pelotas de fútbol de colección de la Selección Chilena, John se animó y compró una para llevarle a su sobrinito en colombia, pero decidieron probarla. Así fue como se armó el cuento: tres personas jugando a la pelota en frente de la Catedral en la Plaza de Armas. Se sumó a ellos un hombre jóven que hacía humor, ahora eran cuatro. Respondieron a la invitación entusiasta de uno de nuestros "oidores", Rodrigo, dos brasileros (uno con una lata de Escudo que no soltó ni por si acaso) y ya eran seis. A ellos alternadamente se sumaba la gente que iba pasando por el lado y hacía unos pases, también los que miraban y ayudaban a que no se escapara la pelota, llegaban y se iban futboleros. Llegó una familia, jugó el papá y los tres hijos, la mamá miraba encantada, a ellos se sumaron un grupo de mimos (para hacer la versión del fútbol mudo) y ya no sé cuántos eran.

¿Se imaginan?
Jugamos, conversamos, nos sacamos fotos, nos reímos... y todo así, espontáneamente. Si hay algo que puedo recomendar en la vida es sumarse a la alegría de otros, compartirla y disfrutarla, por eso le agradezco tanto a esas personas que pasaron a conversar y a jugar con nostoros y que compartieron sus palabras y sus piruetas futbolísticas.




Camila Camacho




domingo, 4 de octubre de 2009


La plaza de almas con armas de indiferencia, como polillas que vuelan veloces
y parecen quietas.Quietas del resto.
Nuestra dieta es la del alma, pero no una que come vacas pacíficas,
si no una que come individualidad para cagar humanidad.

Oídos gordos 2.0

Pronto fotos y testimonios de nuestra segunda versión de Oídos Gordos
en la Plaza de Armas.

Próximas actividades Parafernálicas.

Oídos Gordos
10 de octubre
lugar y hora por confirmar.

sábado, 12 de septiembre de 2009

domingo, 6 de septiembre de 2009

Oídos Gordos



No recuerdo si fue en la mañana o en la tarde. No sé si estábamos tomando un café en la facultad, o tal vez carreteando por ahí. El punto es que conversábamos, y llegamos al tema de la ciudad, y cómo poco a poco se está muriendo.
A simple vista parece algo imposible pensar en “la muerte de la ciudad”, sobre todo en estos tiempos en que la cantidad de sectores urbanizados crece constantemente, dejando atrás lo rural. Sin embargo, así está ocurriendo: cada día nos recluimos más en nuestros mundos privados, y la vida en los espacios comunes se va perdiendo. Lo público actualmente se genera desde lo privado: pocos son los que orgullosos pueden afirmar que la mayoría de sus amistades se conservan por un contacto real, y no virtual como Messenger o Facebook.
Recuerdo que nos asustamos un poco al reconocer el individualismo y egocentrismo de los ciudadanos santiaguinos: el hecho de subirse a la micro sin saludar al chofer, el hecho de chocar con alguien mientras caminas en la calle y no disculparte... son pequeñas señas de que estamos tan ensimismados que ni siquiera somos capaces de reconocer al otro como un ser humano que comparte el vagón del metro o la vereda con nosotros.
También recuerdo que algunos contamos anécdotas de nuestros abuelos y padres, en un pasado en que la calle tenía vida: los niños jugaban por ahí sin peligro, los vecinos se conocían, las municipalidades organizaban carnavales callejeros. Actualmente pareciera que todo eso se ha perdido: con suerte en Enero la gente se une en masas para ver los espectáculos teatrales que ofrece “Santiago a Mil” en las calles. La verdad es que la ciudad agoniza entre el smog y la soledad.
Fue en ese momento que se nos ocurrió que si cada uno agregara una pizca de parafernalia, la ciudad podría comenzar a cambiar. Así fue como nos juntamos un grupo de seis personas que creíamos ser lo suficientemente parafernálicos como para lograr remecer a la gente que se encontraba en nuestro entorno más inmediato. A partir de esas ideas y conversaciones nace Colectivo Parafernalia.

Decidimos comenzar con nuestra primera actividad, sumamente básica, pero a la vez fundamental: escuchar. El refrán dice “A palabras necias, oídos sordos”, pero nosotros estamos convencidos de que todos tienen algo importante que decir y quieren ser escuchados. De ahí nace la idea de “Oídos Gordos”.
La tarde del sábado 22 de agosto partimos a Plaza de Armas, el centro mismo de Santiago, en el cual se reúnen gente de todas las clases sociales, y principalmente paseantes de fin de semana, que podrían estar dispuestos a compartir con nosotros algunos minutos de su tiempo libre. Cada uno de los parafernálicos llevaba dos pisos, otros se animaron con un par de mesas, café, té y galletas. La noche anterior habíamos hecho un gran pendón de colores, que invitaba a la gente a sentarse y compartir un momento con nosotros.
La verdad es que estábamos nerviosos. La gente nos miraba desconfiada. Algunos preguntaron qué vendíamos, y otros, si pertenecíamos a alguna institución o partido político.
Media hora duró la barrera de hielo. Media hora en que todos tuvimos el estómago un poco apretado, mientras devorábamos las galletas que habíamos llevado para nuestros “escuchados”.
Pero con perseverancia y muchas sonrisas, finalmente el hielo se derritió: un hombre se acerca ante nuestra invitación y nos pregunta qué pasa. Le contamos que le cambiamos un café y galletas por una conversación, y accede feliz: él es colombiano, y ha llegado a Chile por trabajo, por lo que se encuentra lejos de su familia y amigos. Fue así como conocimos a John, con quien hablamos toda la tarde.
La verdad es que John fue una especie de carnada: gracias a su presencia, logramos atraer a más gente: una mujer que leía el tarot un poco más allá, vino con su clienta. Un caballero que pensó que éramos gitanos, volvió a pedirnos perdón y a conversar un rato. Una señora que iba pasando accedió a hablar de su pasado y sus sueños. Un tímido señor, luego de estar diez minutos rechazando la invitación, finalmente se quedó con nosotros hasta que oscureció. Unos preguntaban mucho y hablaban poco, otros no pararon de hablar hasta que nos fuimos.
La mutua timidez inicial desapareció: la gente se acercaba, conversaba, compartía. Fue emocionante escucharlos agradeciendo el momento vivido, y dándose cuenta ellos mismos de que a veces nos aislamos mucho y nos guarecemos en nosotros mismos, a pesar de vivir rodeados de tanta gente. Fue absolutamente reconfortante abrazarnos a modo de despedida, y escuchar un “nos vemos”, un “hasta pronto”, un “gracias”.
El día terminó con “broche de oro”, gracias a la ayuda de John para transportar las cosas al metro; y mejoró aún más en la noche, cuando nos escribió para decirnos que era una de las mejores cosas que le habían ocurrido en Chile.
Fue en ese momento en que los parafernálicos nos dimos cuenta que efectivamente una acción tan mínima como conversar con alguien y compartir un rato, puede cambiarle el día a las personas, y hacerlas reflexionar. Y si pensamos que estas pequeñas acciones se expanden como las ondas de una gota que cae en el agua (en el sentido que la alegría y disposición a cambiarle el día a la gente se contagia), poco a poco el modo en que la gente enfrenta su día a día, tendrá que ir cambiando. De hecho, al comentar la experiencia con mis amigos, varios se entusiasmaron y quisieron participar en las siguientes versiones de “Oídos Gordos”. Y claro, de repente vas conversando con los demás y te das cuenta que también hay otros grupos que de distintas formas intentan lograr el mismo objetivo: en Santiago tenemos la propuesta de los Abrazos Gratis o las actividades de Flashmob. Incluso hace un rato, hablando con una amiga colombiana, me contó que se proponía “tareas” cada día, para salir de la rutina: guiñarle un ojo a alguien desconocido, lograr que alguien ría a carcajadas, etc.
En el fondo, todos queremos llegar a un mismo objetivo, que es romper esas barreras que se han creado: desafiar a la desconfianza y lograr interactuar con los demás sin temor, recordando que esa “masa de gente” que va por las calles es igual a nosotros mismos, y no debemos hacernos los ciegos, pues, aunque a veces lo sintamos, no vamos solos por la ciudad.

Josefina Marambio

Presentación

P R O N T O

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